
Acabo de leer Paseos con mi madre, el último libro de Javier Pérez Andújar. Se trata de una novela o de unas memorias o de ambas cosas a la vez, todas las novelas incluyen memorias, ya sean las del autor ya sean las de los personajes que las pueblan, todos los libros memorialísticos, a su vez, irrumpen en la ficción, ya se sabe. Aquí, Pérez Andújar parte de una realidad, su Sant Adrià del Besós vivido, pero también de una realidad que no conoce, a tenor de su edad, más que por lo que le han contado. O eso barrunto, se lo preguntaré. Si digo que el libro me ha gustado, me quedaré corto. Debe hacer mucho tiempo, mucho, mucho tiempo que no leía algo que me concernía de forma tan absoluta, nunca hubiese imaginado que podía compartir con Javier Pérez Andújar, amigo virtual, colega presencial (¿quizá también amigo tout court?, el sistema de las redes sociales lo relativiza todo, encuentras nuevos aliados, también, no puedo negarlo, insospechados contrincantes) unos referentes biográficos tan similares, o especulares. He revivido a través de su literatura momentos y atmósferas que el novelista o el memorialista sitúa en Sant Adrià, al lado del Besós, pero que yo sentí en el polo opuesto de Barcelona, al lado de otro río, en Cornellà de Llobregat.
No quiero hablar del libro desde el registro literario. Aunque me parece extraordinario, por el ritmo, por la creación de un pálpito propio, coherente e irrenunciable, por el cuidado del lenguaje, por el uso de esos tiempos verbales que siempre son presentes aunque se refieran a momentos históricos dispares, por la aparición aquí y allá de frases que pueden engrosar el listado de las citas magistrales (“No leeré para entender lo que dicen los autores, sino para entender a través de ellos”, “En Barcelona hay un civismo municipal de caza sin escopeta y de calles sin pobres, de que nada moleste a los ciudadanos”, “el mundo es como es y las palabras no le importan. Las palabras crean realidad pero esta no les pertenece igual que el obrero crea riqueza sin formar parte de ella”, “Se anda como se escribe”…), pero que en el libro se engarzan en una clara construcción de sentido.
Sí, el libro me parece muy bueno. Pero lo que quiero subrayar es que retrata unas vivencias que son suyas, del autor, pero que yo comparto, en ocasiones con ligeros matices, en ocasiones (incomprensiblemente, me siento allí reflejado) de forma absoluta: los viajes nocturnos de vuelta a casa desde Barcelona (en mi caso, las líneas CO y BC), la convulsión de una época en la que pensabas que debías elegir entre el compromiso político o el compromiso cultural (algunos, achacados por el síndrome de la lentitud, tardaremos en darnos cuenta de que podían aunarse ambas cosas, podías ramblear con los cabellos largos hasta altas horas de la madrugada y levantarte muy pronto para ir a una manifestación en el instituto y correr como nadie delante de la policía), la desilusión o el fracaso que supuso que todo el espíritu de cambio, de ruptura (nunca fue una revolución) acabase en los barrios obreros con la mansuetud de hoy día, y que fuesen los partidos que presuntamente debían sostener aquel espíritu crítico los primeros que se apresuraron a desmantelarlo, olvidando a los golpeados, a los asesinados (como Manuel Fernández Márquez, al que Javier rescata del olvido con pericia literaria, que es pericia sin más)...
En Paseos con mi madre, Javier Pérez Andújar creo que retrata a una generación de damnificados, en todo caso retrata mi propia damnificación, los damnificados de la transición, los dañados por una suerte de operación frustrante, los que pensábamos que la lucha contra la dictadura de Franco daría lugar a un sistema más justo, más igualitario. Los que nos sentimos traicionados por aquellos dirigentes de los partidos políticos y de los sindicatos obreros que, en la clandestinidad usaban un lenguaje y, en cuanto llegaron al poder en los ayuntamientos del “cinturón rojo”, lo cambiaron para legitimar una transición que, a todas luces, fue una continuidad, un maquillaje.
El último libro de Javier Pérez Andújar me ha llegado… ¿al alma?, eso parece demasiado cursi, pero se acerca a una sensación de sincretismo, de leer (de releerte a ti mismo) sin el fragor del panfleto, sino con la equidad de la poesía. De algún modo, ha ocurrido un hecho excepcional, Javier ha escrito con su pluma (o su teclado), pero, al ejecutar ese acto creativo, nos ha escrito a unos cuantos. Su pluma, su teclado, es el mío. Me ha escrito, aunque no pueda pedirle (¡mecachis!) participación en sus ganancias.
Mi madre justamente lo leyó y me lo recomendó pero no me llama mucho la atención pero creo que voy a darle una oportunidad ya que me voy de viaje laboral y voy a tener que matar un poco el tiempo en unos hoteles en san antonio y la lectura es la mejor forma de hacerlo.
ResponEliminaTengo treinta y cinco años y soy de l'Hospitalet. He leído Paseos con mi madre aconsejado por un buen amigo escritor y amante de los libros al que siempre le estaré agradecido por ser mi faro literario. Esta ha sido la primera vez que no me ha gustado un libro que me haya aconsejado y no es que crea que el libro no sea bueno -que lo es y mucho- el problema ha sido mi escaso bagaje cultural sobre los ochenta. No he entendido muchas de las referencias históricas, culturales o sociales a las que describe. Insisto el problema está en mi. Me quedo con la sensación de haber comido ambrosía con un constipado o resfriado de garganta. Uno "intuye" que está comiendo un manjar pero el cuerpo sólo nota sabor a "comida". He quedado con mi amigo, una copa de vino y un par de cigarros para que me explique "el manual de funcionamiento", es decir, qué quiere decir cada referencia del libro. De todas maneras he disfrutado mucho.
ResponEliminaComparto con Ud, Sr. Minguet, las sensaciones al leer este libro, navego y he buscado cómplices y los he encontrado. Un saludo, buena reseña!
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