El artículo que sigue se publicó en su versión original en catalán en Vilaweb. Lo podéis leer aquí. He querido traducirlo al español en mi blog por si puede ser de interés.
Yo no quiero ser
español. Podría dar muchas razones y explicar que la cosa no va de sentimientos
o de sensaciones — “Dans la sensation on prend ce qui vient; Dans le sentiment
on intervient.”, decía Artaud—; la cosa va de convicciones, de argumentos
políticos, históricos y, sobre todo, culturales. Pero no es necesario que lo
haga, a estas alturas esto sólo serviría para que los que no quieren ser
españoles como yo se sintiesen más o menos representados por mis palabras y los
que quieren continuar siéndolo pudiesen esgrimir razonamientos que rebatiesen
los míos. Es la lógica del debate inteligente: tener opiniones y defenderlas
con argumentos que respeten los del contrario, y viceversa. Acabo de escribir
argumentos respetuosos, no rebuznos (que si Artur Mas nos ha sorbido el seso a
todos los independentistas, que si están en disposición de cambiar la
Constitución y hacer una España federal, los insultos generalizados, el ordeno
y mando…) que demuestran la incompetencia intelectual (y, por tanto, política)
de quién los profiere porque se arroga el papel del más listo de todos, del
payaso cara blanca, pero a la que rascas ves que es el más tonto de los que
están en la pista del circo. No, ahora ya no es necesario dar razones; estamos
en una fase en la que todos nos debemos posicionar. Ahora, toca ejercer un
derecho fundamental: elegir hasta dónde podamos la Cataluña que queremos.
Esta es la cuestión:
se llama democracia. Yo no quiero ser nunca más español y, en paralelo, quiero
un cambio rotundo en la sociedad que ha de venir; por tanto, votaré a la única
opción que representa, aunque sea por aproximación, como suelen ser estas
cosas, mis convicciones. Otros votarán a otra opción independentista que se
adecue a sus voluntades y a sus argumentos, me refiero a la candidatura
unitaria que se ha gestado en los últimos días. Y, fuera de este ámbito, habrá
todos aquellos catalanes que votarán a opciones que representarán el no salir
de España: unos con la voluntad de cambiar la configuración del Estado (a pesar
de que no nos expliquen cómo), otros con la pretensión de mantener el estado
actual de las cosas y otros más que, incluso, querrán volver a los tiempos de la
Dictadura. Nada que decir, todo el mundo votará aquello que querrá.
Sin embargo, hay una
cosa que me preocupa. Yo soy independentista. Pero antes que eso soy demócrata.
Soy tan demócrata que, con la edad provecta que arrastro, nunca he ganado una
votación ni municipal ni autonómica ni estatal, y lo he aceptado con normalidad.
Siempre he estado en minoría, ¿qué le voy a hacer? Fijaos en un detalle: yo
nunca he querido ser español y siempre lo he sido y, de momento, lo soy, a
pesar de que me guste decir que por imperativo legal. Pero nunca he reventado
nada, he entendido que la mayoría de la sociedad en la que vivo ha optado por
otros caminos, ya fuesen autonomistas, españolistas, capitalistas,
neocapitalistas... y que mis opciones tenían menos implantación. Nunca he
ganado, por decirlo brevemente.
Ahora, sin embargo,
parece que hay posibilidades de que el 27 de septiembre yo y tantos otros,
perdedores habituales, damnificados de la democracia, podamos dejar de ser
minoría. Hay la sensación de que se dan las condiciones para que la opción
independentista (la de la CUP, la mía, y la de la lista que encabeza Romeva, no
sé si saldrá alguna más) pueda ser mayoritaria en el nuevo Parlament. Y, si
esto fuera así, me preocupa, me angustia que, por una vez en la vida, no me
dejen ser mayoría. ¿Yo que siempre he hecho de demócrata en la pérdida, podré
ser demócrata en la posible victoria?
Pero mi preocupación
no viene de lo que puedan decir desde Madrid, de las apelaciones constantes a
la unidad de España que tan hermanadamente realizan el PP y el PSOE; allá ellos
con su defensa de la “una, grande y libre”. Lo que me preocupa es lo que ocurra
en Cataluña, si gente como los Iceta, Chacón, Herrera, Camats y las tradiciones
que representan aceptarán unos resultados que supongan la ruptura de España. Y,
en consecuencia, si podemos estar seguros de que, desde Cataluña, defenderán
sin ambages, con contundencia, unos resultados democráticos que supongan el no
mantenernos españoles.
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