Yo no soy Jordi Pujol. Nunca estuve de acuerdo con sus políticas y no siento ninguna pena por la confesión de un anciano que siempre actúo en favor de su clase social y --ahora lo sabemos-- en favor de su propio clan. Yo y tantos otros catalanes no somos Jordi Pujol. Siempre me molestó, en sus larguísimos años de mandato, que cuando viajaba por España tuviese que aclarar que los que sufríamos en primer lugar la política sectaria de Pujol éramos los catalanes o, al menos, algunos catalanes.
Yo no soy Jordi Pujol. Pero ahora en España se está poniendo de moda aprovecharse de la "confesión" del expresidente para poner en entredicho el proceso soberanista. Resulta que saber que los políticos catalanes pueden ser corruptos deslegitima la voluntad de una parte muy importante del pueblo catalán de poder decidir su propio futuro. Pues no, señoras y señores. Que la derecha catalana es tan detestable como la derecha española lo sabemos muy bien muchos más de los que algunos piensan, aunque muchos menos de los que ahora se apuntan al carro de repudiar a Pujol cuando hasta hace poco le llamaban "Molt Honorable" y le otorgaban el epíteto de "estadista". Sin embargo, muchos olvidan que el proceso soberanista no parte de la iniciativa profesional de la política, de eso que ahora llaman la "casta".
Lo intenté explicar en la primera parte de este artículo: Todo explosionó el once de septiembre de 2012. La cosa se había macerado durante meses —o años o lustros— atrás, pero aquel día nos reunimos en una manifestación multitudinaria una serie de personas, no me importa la cifra exacta, éramos muchos. [...] un porcentaje de los manifestantes estábamos allí para expresar una doble indignación, lo sé porque era —es— mi indignación y la de unos cuantos con quien sintonizamos en esta cuestión. Por una parte, indignación con el sistema político o con el sistema tout court, es decir, con la falsa democracia que está instalada en España desde la tan sacralizada y tan funesta “transición”. [...] Por otra parte, indignación frente a la vejación con la que se ha tratado a Cataluña, a los catalanes y a la cultura catalana por parte de buena parte de la política y del aparato mediático de España. [...] Después de aquella manifestación, de aquel grito de indignación, vino el tumultuoso vaivén de la política profesional, unos y otros, de un color y de otro, de aquí y de allí, intentaron recuperar el protagonismo que los ciudadanos les habían quitado: la partitocracia, las desinencias ruines del “pacto social” de Rousseau, la falsedad de la división de poderes.
Otra cosa es que, frente al desafío democrático planteado por muchos catalanes, resulta más fácil decir que todo es una operación orquestada por los convergentes, por la política profesional y que todos los que queremos votar el día 9 de noviembre estamos lobotomizados por la derecha catalana que gobierna en la Generalitat. Resulta curioso que muchos de los que esgrimen ese argumento, con la corrupción y el maniqueísmo de Pujol como emblema, olviden que ellos votaron a José María Aznar (que mintió a todo un pueblo para llevar a España a una guerra), o a Felipe González (que dirigió una banda criminal desde el poder del Estado y, ahora, se pasea orondo con un puro en la boca para demostrar su riqueza "de izquierdas"), o a Rajoy y a Camps y a Matas y a Bauzá... todos ellos tan corruptos como el propio Pujol, ya se haya demostrado o tengamos que esperar tantos años como con el expresidente de la Generalitat.
Yo no soy Jordi Pujol, pero tampoco soy Boadella, Azúa, Espada & cia, esos cínicos que, vendiendo anticatalanismo, se han hecho un hueco en la España más cerril. Cuando oigo a esos que claman contra el nacionalismo catalán enredados en una bandera española me pregunto si no estaremos protagonizando un esperpento colectivo. La cosa es muy sencilla: muchos catalanes queremos ejercer un derecho democrático, votar nuestro futuro como pueblo. Y, luego, contar los votos y ponderar quien ha ganado y quien ha perdido.
Democracia, sin más, sin intermediarios, sin partidos políticos. Mostrar disconformidad con esa reivindicación alegando la corrupción de Pujol, la inviolabilidad de la Constitución o esa broma de que algunos ciudadanos catalanes estamos abducidos por la Generalitat es evidenciar falta de coraje democrático.
Yo no soy Pujol; nosotros no somos Pujol. Ayudadnos a poder votar. Y si Cataluña llega a ser un nuevo Estado ayudadnos, también, a impedir que un corrupto de derechas vuelva a gobernar.
Comentaris
Publica un comentari a l'entrada